Cap. 3 - Preceptos tradicionales que siempre tendrán vigencia

Las grandes religiones, corrientes espirituales y escuelas filosóficas, surgidas en distintos lugares del mundo y en diferentes épocas, han dejado como legado una serie de principios que conducen a la elevación espiritual. Son verdaderas herramientas para avanzar en el camino.
Muchas de esas máximas dejaron de escucharse mientras crecía el estruendoso funcionamiento de las sociedades actuales. A continuación se analizarán algunas de ellas.

Libre albedrío

Tenemos la libertad y el derecho de elegir cualquier camino, el que más nos guste. De caminar en una dirección o de ir en la contraria.
Lo que no podemos evitar son las consecuencias que las decisiones que tomamos generan. Pero nadie debe obligarnos a hacer nada que nosotros rechacemos, ni nosotros debemos someter a nadie. Porque cada quien debe elegir su destino y el precio que está dispuesto a pagar por él.
¿Qué quiere decir que no podemos evitar las consecuencias? Que si elegimos comer una fruta dulce, vamos a sentir un sabor dulce; si elegimos una amarga, la boca va a quedar con un gusto feo, al menos por un rato. Y si probamos algo que no conocemos, puede pasar una cosa, la otra, o una mezcla de las dos.
Nosotros decidimos por dónde caminar, qué arriesgamos, si vamos acompañados o solos, si nos dirigimos al Norte o al Sur. Podemos escuchar un consejo, pero la decisión final depende de nosotros.
Para crecer es necesario aprender a respetar nuestro libre albedrío (evitar que los demás decidan por nosotros o que nos presionen) y respetar el libre albedrío de los otros. Si aquel amigo, familiar o compañero no opina lo mismo que yo y va a hacer algo que puede salirle mal, él será responsable por sus propios actos y él deberá afrontar las consecuencias. Yo no puedo intervenir, porque quizá él necesite golpearse para evolucionar, así como yo también me equivoqué a lo largo de mi vida. Aprendí de esos errores.
Por eso, si elegimos caminar solos, después de hacer unos kilómetros no podemos culpar a los demás por nuestra soledad, porque nosotros la buscamos. Si llegamos al Sur y no nos gusta, tampoco podemos señalar culpables, porque nosotros quisimos ir hasta allá. Ahora, hay que enfrentar la realidad y sumar experiencia. Y, de paso, templar el alma.
La clave de todo esto es tomar las decisiones con absoluta libertad, informándonos sobre las cosas que nos interesan y obrando de acuerdo a nuestro propio punto de vista. Y dejar que los demás avancen o retrocedan de acuerdo a sus propias decisiones.
No puedo crecer si otro elige por mí. Si Marcelo estudia medicina en la universidad, no es su hermano el que va a recibir el título de médico, si no él mismo. Para lograrlo, tendrá que superar exámenes, miedos y errores. Y así demostrará que aprendió, que ya está apto para ejercer. El camino de la vida es parecido al del estudiante.

Ley del karma o de causa y efecto

El concepto original proviene del hinduismo -tal vez, la religión más antigua del mundo que haya logrado sobrevivir hasta nuestros días-, aunque también está presente en las obras fundacionales del hermetismo.
Sintéticamente, se podría decir que esta ley universal estipula que cualquier acto que llevemos adelante genera una consecuencia que tarde o temprano volverá a nosotros. Si el acto es malo, la consecuencia será algo negativo que nos tocará soportar. Si el acto es bueno, volverá a nosotros una energía, sensación o situación que nos ayudará.
Siguiendo esa lógica, en un sentido bien amplio, los hindúes consideran que si somos malas personas, en nuestra próxima vida nos tocará descender de categoría y encarnarnos en un animal o en un insecto, según corresponda. Si somos personas ejemplares, tendremos más chances de vencer al sufrimiento y liberarnos del eterno círculo de reencarnaciones, porque ya estamos preparados para pasar a una instancia superior.
Las escuelas espirituales de la actualidad suelen aplicar el sentido más particular: si hoy la estoy pasando mal, es porque ayer o anteayer hice las cosas mal. Si estoy sólo, es porque en los últimos años no supe dar cariño a quienes tuve cerca, por eso me dejaron. Si estoy rodeado de amigos, es porque supe relacionarme y apreciar a los demás. Por extensión, no odiar, para no ser odiado; amar, para ser amado.

Ley de polaridad

Hace referencia a la naturaleza dual del mundo en que vivimos: así como existe lo positivo, está lo negativo. La humanidad está dividida en lo masculino y lo femenino (sin que esto signifique que alguno de los dos géneros sea mejor); la Tierra tiene sus dos polos, el Norte y el Sur. Otros extremos: frío y calor, bien y mal, etcétera.
Como todo tiene su polaridad, cada fuerza o pulsión que desarrollemos generará una fuerza proporcional en sentido contrario. Cuando pensemos en el bien, o tratemos de realizarlo, también vamos a movilizar en nuestro interior aspectos o deseos negativos que deberemos enfrentar y, en la medida de lo posible, superar. Tenemos elementos positivos y negativos, dependerá de nosotros fortalecer alguno de los dos sectores.
Sólo los verdaderos "maestros" logran dejar atrás esa contradicción natural.

Ley de ritmo

Tiene cierta vinculación con la idea de polaridad y establece que todo tiene un movimiento pendular hasta que se alcanza la "iluminación", para caminar por un sendero recto, sin desbordes. Así como existen el invierno y el verano, el frío y el calor, nuestro crecimiento también pendulará, atravesará momentos de luz y momentos de oscuridad, hasta que pueda quedarse definitivamente en el punto de equilibrio.

Ley de correspondencia

Este principio sostiene que "lo afín atrae a lo afín". Si nuestra vida está llena de odios, sufrimientos y nos rodean personas indeseables, es porque en nuestro interior las cosas están mal, no estamos trabajando de manera correcta nuestra capacidad espiritual. Entonces, hay una correspondencia entre nuestro interior y los fenómenos exteriores que nosotros mismos atraemos.
Suele explicarse utilizando la máxima que reza: "Como es arriba es abajo y como es afuera es adentro". Se dice que conociendo cómo está conformado un átomo -un núcleo de neutrones y protones, con electrones que giran a su alrededor-, se puede trazar un paralelismo para describir como funciona el Sistema Solar y el universo. Así, estudiando en profundidad al ser humano y el funcionamiento de las sociedades humanas, se puede llegar a intuir como son las cosas en esa dimensión superior a la que el cristianismo llamó "Cielo".
En síntesis, si estamos en la oscuridad, vamos a llamar a la oscuridad. Y si estamos bien, en la luz, vamos a atraer a personas y situaciones positivas.

Perdonar y ser prudentes

"Pero yo os digo: no resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa (...) Oísteis que fue dicho: amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen". Mateo 5, 38-40 y 43-44 (Evangelio, versión Reina-Valera)
"Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti diciendo: me arrepiento; perdónale". Lucas 17, 3-4.
"He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas". Mateo 10, 16-17.
Poner la otra mejilla significa romper la espiral de violencia. Porque el que contesta una agresión con otra agresión contribuye a que se desencadene un ida y vuelta de violencia, un efecto dominó que puede transformar una discusión en una cuestión de honor, de vida o muerte.
El verdadero sentido de poner la otra mejilla es ese. Evitar que las partes en disputa redoblen sus apuestas hasta llegar a extremos peligrosos. Porque es así como se despierta el lado más oscuro del hombre (fantasías de venganza, de lastimar o de matar).
La espiral de violencia es un mecanismo psicológico que no sólo explica asesinatos protagonizados por hombres anónimos sino también numerosos conflictos armados entre países vecinos. Por eso, es vital encontrar un antídoto. Perdonar, poner la otra mejilla.
Claro que hay distintos caminos para disculpar.
Si la otra parte se arrepiente y muestra deseos de reparar su error, es casi una obligación hacerlo. Pero eso no significa deba entregar todo lo que se tiene solamente porque aquella persona pidió disculpas. Perdonar es confiar ciegamente en el otro y ofrecerle parte del patrimonio propio para que lo administre. Perdonar es como decir: “No te voy a condenar, ni voy a contar lo que me hiciste, porque quiero darte otra oportunidad, aunque va a pasar un tiempo hasta que pueda confiar en vos plenamente. Ojalá no me falles”.
Así, el que perdona se saca de encima la mochila de rencor y enojo. Y alivia la carga del que está enfrente, que siente remordimiento, culpa.
Pero, como dijo Jesús -según se lee en el Evangelio- es necesario ser blancos como palomas, pero también prudentes como la serpiente. Hay que ser muy prudentes porque, lamentablemente, los puros de corazón son como ovejas en medio de lobos.
Entonces, si aquel al que tengo enfrente no se arrepiente ni le interesa ser disculpado, lo más sano es tomar distancia. Evitarlo. También perdonarlo, pero en un sentido más espiritual o místico. Disculparlo interiormente porque no ha evolucionado lo suficiente como para permitirse pedir perdón y, casi seguro, como para perdonar a los que lo dañaron a él en otras situaciones. En el fondo, es como un chico que no sabe que sus actitudes generan dolor.
Uno puede sacarse la mochila del rencor otorgando el perdón del corazón, aunque manteniendo una distancia táctica, para evitar un nuevo choque.
La prudencia es vital para recorrer el camino. Porque si nos matan hoy, ya no vamos a poder mejorar el mundo mañana. Vamos a avanzar, en cambio, si logramos influir en la sociedad que nos rodea sutilmente, de a poco. Si co-ayudamos a que se generen cambios en la forma de pensar, a que se abran las mentes y los corazones.
Si ponemos la cabeza en las fauces del león, es decir, si vamos a una derrota segura o generamos un gran escándalo, seremos neutralizados. Sea porque nos saquen de circulación o sea porque nos ridiculicen y hagan que la gente deje de respetarnos.
En resumen, el ejemplo de los grandes maestros
Se puede nombrar a cientos de líderes espirituales que conmovieron al mundo, desde Jesús hasta Mahatma Gandhi. La gran enseñanza que nos dejaron, y que podemos aplicar en nuestras vidas, es una combinación de firmeza y no-violencia. Porque ellos nunca dejaron de denunciar a los corruptos y de defender la libertad, pero, al mismo tiempo, no encabezaron movimientos violentos.
Considero que el mejor camino es ese: tomar conciencia de las cosas que están mal, mantenernos firmes, pero evitar la violencia.

No tirarles perlas a los chanchos

"No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen". Mateo 7, 6.
Si bien es cierto que debemos darle una oportunidad a todo ser humano que tenga la buena voluntad de escucharnos, otra vez tenemos que pensar en ser prudentes. No deberíamos revelarles nuestros secretos ni nuestras creencias a aquellas personas que se muestran agresivas o que tienen un estilo de vida totalmente enfrentado con nuestros puntos de vista. Es que, en esos casos, no sólo corremos el riesgo de desperdiciar el tiempo precioso que tenemos, si no que también podemos salir mal heridos.

Pureza e impureza

"La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. (...) Ninguno puede servir a dos señores: porque, o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro". Mateo 6, 22-24.
"¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y es echado en la letrina? Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre". Mateo 17-18.
Vivimos rodeados de impurezas, pero lo importante es no permitir que esa suciedad empiece a brotar de nuestro interior. Si tenemos luz y piedad en nuestra visión del mundo, no nos vamos a contaminar. Por el contrario, si dejamos que de nuestro corazón brote la envidia, la competencia descarnada, el odio, vamos a estar tan contaminados como aquellos a los que cuestionamos.

No juzgar, para no ser juzgados

"No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medis, os será medido". Mateo 7, 1-2.
El saber popular reinterpretó esta idea con la máxima: "No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hagan". Porque a mí no me gustaría que me hicieran daño. No me gustaría que me envidien, que me roben, que me levanten la voz, que me maltraten, que sean egoístas conmigo, que me empujen, que envidien algo que me tocó tener a mí... Entonces, si yo dejo de hacer todas esas cosas, personas que hasta hace un rato corrían el riesgo de sufrir un daño que yo, voluntaria o involuntariamente, les iba a producir, podrán seguir adelante sin recibir el latigazo.
Y si los que me rodean empiezan a comprender como funciona este principio, yo también voy a zafar del latigazo de ellos. Y todos, ellos y yo, vamos a vivir mejor. Y el paraíso nacerá en la Tierra. Porque si nadie hiciera lo que no le gusta que le hagan, las obras de todos serían constructivas, edificantes. Y no habría espacio para el odio, las divisiones y la violencia.
El mundo puede ser mejor si lo construimos de a poco, sin prisa pero sin pausa, utilizándonos como herramienta.
Vale la pena también recordar la visión más tradicional de este precepto (tan válida como la anterior), vinculada con lo sobrenatural. Estipula que hay leyes universales y un creador que se encargan de reprobar o premiar nuestra conducta, según corresponda. Así, si somos demasiado estrictos con quienes nos rodean, llegará el momento en que alguien que esté por encima nuestro (tal vez Dios) nos devolverá la gentileza y será igual de duro con nosotros.
Por eso, mejor tener una visión piadosa del ser humano, para que ese ser superior que está por encima nuestro tenga piedad con nosotros. Eso no significa que es necesario aprobar todo lo que hace el Hombre, todos sus errores, sino estar dispuesto a tolerar algunas faltas y a corregir las que se puedan señalando el camino correcto con respeto y amor. Y a desaprobar otras desde la no-violencia.
El desarrollo de las ciencias ha producido material teórico que viene a apoyar numerosos conceptos ancestrales. Con los avances de la psicología, por ejemplo, se ha entendido que muchos hombres son víctimas de su propia historia. Hay marcas difíciles de superar que suelen generar consecuencias ingobernables en aquel que no ha tenido tiempo de tratarlas.
Hoy se entiende que para poder juzgar a alguien en forma cabal y definitiva habría que tener acceso a una gran cantidad de información que en la mayoría de los casos no se posee: a qué tipo de educación tuvo acceso, si fue maltratado durante la infancia, si sufre o sufrió en el pasado graves problemas económicos, si por el contrario la abundancia material contribuyó a que creciera en un medio ambiente demasiado superficial y cargado de soberbia, cuáles son sus traumas o miedos, cuantas veces fue traicionado, etcétera.
En fin, para poder juzgar en serio habría que tener la capacidad de conocer como funciona todo el universo que vive dentro de esa persona, algo que resulta virtualmente imposible para nosotros.
Por eso, lo ideal es dejar que cada uno haga lo que pueda y, en todo caso, apuntar a mejorar la vida de los demás -y la propia- dando el ejemplo, no sentenciando. Poner límites, cuando es necesario, sin agredir.

Cuando el alumno esté preparado, el maestro aparecerá

No hay que desesperarse, todo tiene un porqué. La vida está llena de misterios y de señales contradictorias, pero muchos intuimos que hay una finalidad. Abundan los casos de personas que después de tener un accidente o una experiencia personal traumática modificaron su vida y se transformaron en hombres y mujeres positivos, constructivos.
También sobran los ejemplos de quienes se prepararon para dedicarse a una actividad y terminaron, por casualidad o de forma inesperada, en otro rubro que los condujo al éxito, aunque años atrás ni siquiera se lo hubieran imaginado.
Por eso les digo y repito: tengan calma. La máxima "cuando el alumno esté preparado, el maestro aparecerá" hace referencia a que las cosas que tienen que ocurrir sucederán, pero no cuando nosotros las busquemos sino cuando sea el momento justo. Mientras tanto, nuestra única preocupación debe ser la de no estancarnos y no desaprovechar lo que nos toca vivir.

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