Cap. 2 - El tiempo

El tiempo es tirano. Dale, dale que llegamos tarde. Disculpame, me están esperando. Está en una reunión. No tuve tiempo ni para secarme el pelo. Hoy tuve un día terrible, hice de todo. ¿No te podrías apurar un poquito? El tiempo vale oro. Hoy tengo la agenda muy cargada. ¿La semana que viene te queda bien? Uff... estoy corriendo de un lugar a otro. Nos tenemos que apurar porque a las ocho cierran. Cambiá de canal que ya empieza... ¡mirá ya empezó! Si no llego temprano no voy a conseguir turno. Salí tan apurada que ni siquiera desayuné.
Una página entera podría escribirse -o más- con las frases que escuchamos habitualmente que dan cuenta de la falta de tiempo. Y que reflejan que vivimos corriendo detrás de quién sabe qué.
En este mundo, todo lo que escasea se convierte en tesoro. Las frutas más caras son las que crecen poco, por ejemplo. Los diseños de ropa exclusivos cuestan una fortuna porque sólo hay un vestido como ese en todo el planeta. Un reloj -por elegir un objeto en particular- que tiene más o menos los mismos atributos que otro reloj de calidad, pero que sale más caro, tiene más valor porque pocos pueden pagarlo. Es, entonces, signo de distinción. De poder.
Siguiendo esas reglas del mundo materialista, quien tiene tiempo hoy es rico. El tiempo escasea, se escurre, y todo lo que escasea se cotiza alto. Por eso nadie tiene tiempo, porque este sistema no funciona si todos son ricos, si todos tienen tiempo. Tiempo para pensar, para criticar, para replantear las cosas.
El monstruo sólo camina si hay distinción y poder para unos pocos. Esos que consumen los productos más caros. Los que pueden decidir qué hacer con su tiempo y con el de los demás.
El mundo de hoy está armado para que los ricos, en particular, y los países centrales, en general, modelen a la humanidad sin enfrentar límites importantes. Entonces, no hay tiempo. No hay tiempo para descansar, no hay tiempo para leer, no hay tiempo para pensar.
Pero sí hay tiempo para producir (sólo una parte de la producción va al salario) y para invertir lo mucho o poco que nos sobra en una variedad de entretenimientos, que, en resumen, nos dejan sin plata y -oh casualidad- sin tiempo. En consecuencia, buscamos trabajar más para algún día llegar a tener más plata y más tiempo.
Pero los billetes se gastan con facilidad. Cada vez es más corto el lapso antes de que salgan nuevos modelos (de auto, TV, heladera, ropa, etcétera) y adelantos electrónicos...
Así, si tenemos un título universitario, iremos a buscar un posgrado, para ser más competentes. Entonces, se le sumarán obligaciones y horas de trabajo a nuestro cerebro. Y si ese diploma ya está colgado en la oficina, pelearemos por una maestría o por el puesto de nuestro jefe. O intentaremos armar un negocio. Eso, claro, para ganar prestigio, dinero, diversión... ego. Todo eso, jugando una carrera contra el tiempo.
Y, como siempre, con la cabeza bombardeada por los mensajes de los medios masivos de comunicación y de la publicidad (letreros y carteles adelante, atrás y a los costados), que nos incitan al consumo, y que no dejan de perseguirnos en la calle, en la parada del tren, ni en la terminal de aviones.
Hombres y mujeres que sonríen con un objeto en la mano, que prometen la felicidad a cambio de comprar pedacitos de plástico baratos, caros y carísimos. Llega un punto en el que necesitamos distraernos, enajenarnos, para seguir soportando. Ahí, le abrimos la puerta a más mensajes, generalmente superficiales, a través de la televisión, internet y/o la radio.
¿Podemos pensar libremente sobre nuestra vida y sobre el mundo en que vivimos bajo estas condiciones?
Aun si tuviéramos un paréntesis de uno, dos o cinco días libres no podríamos desacelerar del todo nuestro ritmo mental.
El tiempo es un tesoro. Y en la actualidad es uno de los tesoros más grandes porque nadie tiene ni un ratito. Porque este sistema egoísta y mecánico no se sostendría si los ciudadanos tuvieran algo más de tiempo para cuestionar, para hilvanar ideas. Para escuchar los propios sentimientos, para saber si se eligió el camino correcto.
Los que tomen la decisión de liberarse, deben hacerse un tiempo y respetar "su" tiempo. Podrán utilizarlo cómo quieran. Unos practicarán meditación, otros elegirán debatir sobre algún tema con amigos. Aquel leerá los libros que le gustan, este otro irá a correr a la plaza, para poner en movimiento los músculos y despejar la cabeza.
Atención: es importante no confundir el tiempo del descanso con el tiempo para despertar la mente, que no son lo mismo. Sin el descanso, nada puede hacerse bien, ni siquiera pensar. Por eso, la cuestión no es tan simple. No se trata de robarle horas al sueño, si no de dejarse una o dos horas al día completamente libres, despojadas de obligaciones. Y que el cuerpo esté lo suficientemente descansado como para poder encarar alguna actividad estimulante y creativa.
Cuidado, porque el sistema en el que vivimos tiene sus mecanismos de defensa. Estamos acostumbrados a escuchar que aquel que tiene un rato libre durante el día es un vago o no tiene ganas de "laburar", una manera no tan sutil de condicionarnos, de mantenernos en la vorágine.
Cuando organizamos nuestra agenda de modo tal que logramos respetar nuestras dos o tres "horitas sagradas", es común que en nuestro propio entorno alguien formule críticas. Calma. Para el buscador espiritual, encontrarse con obstáculos será una constante. Es el precio que tiene crecer, evolucionar. Calma, después de los primeros pasos llegan, a su tiempo, las recompensas.
¿Por qué muchos hombres urbanos -desde los más simples hasta los encumbrados- suelen quedarse pasmados cuando escuchan sabiduría en la boca de un simple granjero o en la de un artesano? Esos mini-sabios nunca van a tener un auto importado ni sabrán lo que es caminar apurado por la zona céntrica de una gran ciudad. Pero desarrollan otras capacidades. Y solos, sin ayuda, comprenden algunos de los secretos del ser humano.
¿Cómo lo hacen? Simple, la actividad a la que se dedican les deja algo de tiempo para reflexionar. Y no tienen necesidad de salir corriendo.
Jamás elogiaría a los que se rascan, porque en un universo en movimiento (cosmos, ciclos de vida de las plantas y de los animales, fenómenos climáticos, etcétera) estar totalmente quieto es una enfermedad. Tan peligrosa como la de vivir tapado de actividades. Destaco a los que son ricos por el solo hecho de permitirse un rato libre, aunque trabajen durante una determinada cantidad de horas por día.
Este capítulo podría durar 1.000 páginas, pero creo que con lo que se dijo alcanza. No me voy a extender sobre otras consecuencias que se derivan de la misma causa, la falta de tiempo, como las enfermedades modernas que aparecieron a medida que se aceleró nuestro ritmo de vida. Un ejemplo: los trastornos de ansiedad, cada vez más frecuentes.
Todos deberíamos tener tiempo. El buscador espiritual debe hacer lo necesario para tener al menos un poco de tiempo.

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