Cap. 1 - Preguntas y respuestas

¿Respirar hondo en lo alto de una montaña o caminar por la zona céntrica de una gran ciudad entre bocinazos y empujones? ¿Beber agua pura del río o agua contaminada con metales pesados?
El planeta es una grano de sal extraviado en un universo interminable y desconocido. Un misterio que contiene estrellas, planetas, campos magnéticos y secretos que están ahí para que alguien los descubra. Un salón de baile sin puerta de entrada ni de salida. Los científicos reconocen que la humanidad aún no ha podido conocer los secretos de su propio barrio, la Vía Láctea (la galaxia a la que pertenecemos), y que apenas se alejó tres o cuatro veredas de su casa -porque alguna vez se fue a la Luna; cada tanto parte una misión no tripulada a sectores relativamente cercanos del espacio-.
¿Qué nos conmueve más? Un bosque virgen donde armoniosamente conviven miles de organismos vegetales y animales (es decir, formas de vida) o el edificio más alto del mundo, hecho de cemento, hormigón y hierro. ¿Hay una computadora que pueda compararse con la gloriosa complejidad que tiene el funcionamiento del cuerpo humano o, para ser más singular, el cerebro? ¿Qué experiencia nos hace sentir mejor, caminar sobre un glaciar o tomar un ascensor, llegar a la oficina y dar comienzo a una complicada reunión? ¿Ser nombrado presidente de la empresa o presenciar el nacimiento de un hijo?
El primer paso en el camino es empezar a hacerse preguntas. Después viene el despertar, que suele ser, a la vez, revelador y doloroso. Darse cuenta de que si el mundo está así -hambre por doquier, guerras, egoísmo, agotamiento de los recursos naturales...- es porque nuestra civilización se equivocó en el pasado remoto, en el reciente, y hoy se equivoca. Si una porción importante de nuestras experiencias cotidianas son displacenteras, entonces elegimos el rumbo equivocado. Si la manera en que los hombres viven conduce al aislamiento, a competir con fiereza por una miga de pan, al odio, puede decirse que nuestra cultura no construye. Destruye.
¿Quién puede encontrarle sentido a una vida en la que cada vez es más difícil ser feliz? ¿Qué valor tiene una vida que, con sus industrias y sus hábitos, desprecia a todas las formas de vida conocidas? Se elige dominar antes que crecer, someter en lugar de acompañar, ganar y no solucionar.
A pesar de todo, está ahí. El sentido de todo esto espera que nos demos cuenta. Que hagamos algo para recuperar la paz. El sentido de la vida es derribar mitos que no nos permiten despegar. Es el agua, el aire puro, el cielo y las estrellas. Porque el sentido de la vida es la vida misma.
El sentido de la vida es crecer, superar estructuras que enfrentaron a hermanos con hermanos. Darse cuenta y actuar, sin lastimar. Cambiar el mundo, de a poquito. Sin armas, sin heridos ni muertos. Desnudando nuestro interior y buscando el corazón de los demás.
A lo largo de estas páginas, sin otra ambición que no sea la de colaborar, voy a compartir con ustedes un conjunto de ideas que me ayudaron a desarrollar mi espiritualidad. Y a soñar con un futuro diferente.

No hay comentarios: